Cierre en iris

Pérez Arroyo y familia fueron un paradigma de su tiempo; personas muy despiertas constantemente tras la pista de cualquier nueva posibilidad que les permitiera prosperar en plena posguerra. Y ello con la dificultad añadida de vivir del hecho artístico—lo que nunca ha sido fácil— en cualquiera de sus formas; si en un principio fue la publicidad para cines y radio, después vendría el rodaje de cortos animados, los documentales, los tebeos, las patentes y al final el diseño de los proyectores de juguete. Pero en esta última etapa, si su espíritu emprendedor no hubiera contado con la respuesta de aliados tan visionarios como los industriales Payá y Saludes, o con la implicación técnica y humana de los Laboratorios Andreu, no se habría rodado ni un solo dibujo.

Con una producción final de nueve cortometrajes, dos piezas animadas para documentales y cuatro anuncios publicitarios en 35 mm, así como con un centenar de títulos para proyectores de juguete, creemos que los nombres de Pérez Arroyo e hijo debieran ocupar otro lugar en la historia de la animación de nuestro país más allá del anecdótico. Quizá la razón haya sido, como apuntábamos en la introducción de este trabajo, solo circunstancial; trabajar fuera del gran y tradicional foco animado que fue Barcelona y la desconexión con sus iguales de profesión, o no tener un nombre construido previamente como historietistas, como fue común en la mayoría de los dibujantes luego reconvertidos en animadores. Pero lo que parece probable es que su continuidad, tras la extinción del cortometraje, en un medio menor como el cine de juguete contribuyó a este olvido. Mientras en Barcelona talentos como el suyo cristalizaban en los créditos de largometrajes como Garbancito de la Mancha (Arturo Moreno, 1945), Alegres vacaciones (Arturo Moreno, 1948), Érase una vez…(Alejandro Cirici-Pellicer, 1950) o Los sueños de Tay-Pi (Franz Winterstein, 1952), los realizadores de cine de juguete simplemente no constaban. Paradójicamente, la elección de un medio tan popular como los proyectores domésticos acabó diluyendo su nombre, y el de su equipo, en un gran número de retinas, probablemente más que las que vieron los reconocidos largometrajes.